LA LEYENDA DEL QUINTO SOL
Día con día el sol sale y entra a la vista de uno,
pareciendo eterno, inagotable algo que tal vez, siempre ha existido, sin una
historia; pero los sucesos que ha pasado nuestro astro son momentos de pasión,
deber, justicia, venganza, guerra y paz.
Izcalli Xóchitl (21 de diciembre en el
calendario gregoriano). 21:00 horas. Las flamas voluptuosas que se postran ante
mi, son sorprendentes y maravillosas, a un nivel que hipnotizan a uno a adentrarse
en ellas. El eco inexplicable del sonido que produce cada paso que da
Tecucciztecatl al bajar por los escalones se reproduce a lo largo de la
pirámide. Un viento casi fúnebre invade nuestro entorno combinándose con el
sonido que sale de los palos de lluvia, produciendo claramente la música que
inicia un ritual de sacrificio. Todos los presentes ahí lo sabemos: El mundo
duerme pero pronto despertara en un nuevo son, el de la vida.
Cada solsticio, la ceremonia ritual
terminaba en un momento de silencio y el arrepentimiento de los dioses.
Quetzalcóatl, dios del viento y gemelo de Tezcatlipoca. Con su emblema en el
pecho y las marcas de heridas, muestran que él era y sigue siendo un dios guerrero
con autoridad inmensurable. El escudo que porta, junto con su lanza y su
armadura del metal de los vientos, refleja el brillo de las estrellas. El ir y venir
de preguntas es constante, y con la misma fuerza que un huracán, su voz
responde a las cuestiones que le ponen encima.
Mientras que el sepulcral silencio perturba la serenidad de los tiempos.
“Los dioses mayores dirigen el ritual
siempre que este es dado: Quetzalcóatl, Huitzilopochtli, Tezcatlipoca y Tláloc”,
explica Xochiquetzal. “El resto son representantes de cada energía del universo,
que resguardan acompañados de sus discípulos. Estos últimos están encaminados a
ser dioses al igual que tú y enfrentan difíciles pruebas que solo algunos
logran superar”.
Amor,
melancolía y sacrificio
El suelo, como en cualquier otro lugar de
sacrificio, se encontraba manchado de sangre que con el paso del tiempo se seca
y adopta un color carmesí. El ensordecedor sonido provocado por el conjunto de
tambores y un sinfín de instrumentos musicales cuyo nombre no recuerdo da una extraña
sensación de melancolía. Añorando el pasado, miro hacia el horizonte todavía no
iluminado, con ganas de volver a lo que era antes, dudando de mi situación, más
el deber no me lo permitía junto con la simple idea de que alguien como yo,
indigno de este puesto, había sido el elegido para transformarse en sol.
Entre los recuerdos que bombardeaban mi
mente, una borrosa pero, a la vez impactante, imagen de una silueta femenina
pasaba ante mí. Como si fuera un celestial cometa, aquel recuerdo era
Chantico. Su rostro era de tez blanca
con unos hermosos y grandes ojos color esmeralda, un cabello negro como la
noche que caía en forma cascada hasta llegar por encima de su cintura. Admirando
aquella visión en mi mente, Quetzalcóatl irrumpió tomándome del hombro y
aclarando que ya era hora de enfrentar el fuego. Sus palabras claras y concisas,
de algún modo, me daban el impulso para saltar a las llamas, incluso contra mi
voluntad. Sin embargo un metro antes de llegar y cumplir mi cometido, una voz
retumbo a través del lugar, pidiendo por alguien, y para mi sorpresa el
destinatario de aquella exclamación era yo. Antes de poder reaccionar, la
hermosa muchacha tomo mi brazo, me miro a los ojos y dijo, tratando de
convencerme: “¡Quédate conmigo! Te necesito, no es necesario que seas tú el que
se sacrifique ¡Por favor!”. Entonces la reconocí inmediatamente, era ella, era
Chantico; pero le di a entender que mi decisión era absoluta y que si por
alguna razón no cumplía con mi deber, no habría lugar para el hombre ni para
los dioses en este mundo. Ella, al captar mi aflicción, se abalanzo contra mí y
me beso. En ese instante mientras probaba sus labios pude recordar todo lo que
habíamos vivido, esas antiguas batallas, esas míticas aventuras y sin embargo
jamás le había expresado mi sentir. Después extendió mi brazo, tomo mi mano y
puso en ella un pedernal. Siguiente a eso cerró mi puño, lo bajó y repitió la
misma acción con mi otra extremidad, donde puso un águila todavía viva. Sin
entender aún y atónito, ella decía: “El pedernal te servirá para
tu autodefensa contra los ángeles de las tinieblas
y el águila, será en el cielo la señal de tu presencia, será un símbolo de tu
sacrificio. Fuego, cenizas y luz”.
Al recibir su regalo la abrase con una
entremezcla de alegría y ternura, que el poco miedo que sentía hacia mi
sacrificio era nulo, descubrí otra razón por la cual luchar; Al abrazarla le
agradecí por los presentes y con un giro en seco volví a darle frente a las
llamaradas que salían de la hoguera. Decidido y sin arrepentimientos salte al fuego
no sin antes repetirme a mí mismo: “Fuego, cenizas y luz”. El dolor instantáneo
que sentí es algo imposible de describir e incomparable. Un tornado de fuego me
envolvió, subiéndome al cielo. Al igual que un volcán asciendo erupción
ascendía con gran velocidad. Hasta llegar un momento en el que mi existencia me
parecía imperceptible en la basta oscuridad, y al abrir los ojos me di cuenta
de que estaba presenciando un hecho extraordinario. Me encontraba sobra una
esfera luminosa, con tal brillo que sería capaz de cegar hasta los mismos ojos
divinos.
Ofuscado por mi ubicación, pude visualizar
a Tecucciztecatl correr por los escalones del templo, en un intento por llegar
al fuego. Se enfrentó a varios dioses
que lo intentaron detener incluyendo entre ellos a Chantico. Sin embargo el
dios con su fuerza y coraje logró hacer a un lado a los demás, hiriéndolos; al
final Chantico le dio frente y después de blandir por un breve lapso de tiempo
sus armas, esté, sin piedad, con su espada atravesó su torso. Al observar aquel
acto sin honor y carente de misericordia, sentí dentro de mí una energía
inmensa. La ira invadía mi ser, célula por célula. Reflejando mi sentir salió
fuego de mi mano, y sin tener otra reacción, creé una esfera con tal energía, y
la lancé hacia
él. El actor de la acción tan vil se encontraba a unos pocos pasos de su meta,
cuya misión era entrar a la hoguera. Quedaban pocos segundos antes de que Tecucciztecatl
cumpliera con su cometido pero un instante antes de que recibiera mi proyectil
de llamaradas, el infeliz y causante de mi ira, cayó victorioso al fuego,
mientras que mi impacto de furia se plasmo en el suelo. Tecucciztecatl pudo satisfacer sus celos.
Observe el mismo acontecimiento que ocurrió conmigo, pero esta vez con un fuego
oscuro. Luego, llego el momento en que se encontraba frente a mí, sobre otra esfera con las mismas dimensiones
que en la que yo estaba parado. Fue entonces cuando las estrellas fueron las
únicas que hablaron mientras nuestras miradas se cruzaban profundamente. Ambos sabíamos que empezaría la batalla por un
nuevo sol, por un nuevo ciclo. Uno traería bienestar y paz al hombre, en cambio
otro solo traería crueldad y caos. Por esas y más razones estaba dispuesto a
derrotarlo, junto con el amargo deber de vengar a Chantico.
La
batalla de los dioses
23:00 horas. De un momento a otro comencé
a lanzar llamas de furia sobre él, al mismo tiempo que la emoción de enojo me
provocaba gritarle todas las maldiciones que conocía. Tecucciztecatl recibió
cada uno de mis ataques, impacto tras impacto; rechazo con el brazo algunas llamaradas, pero aun así causé numerosas
quemaduras en todo su cuerpo. Volteé a ver
su rostro que reflejaba un sentimiento indefinible y él, con una sonrisa cínica
en la cara, produjo flamas oscuras de sus dos brazos. Apuntando hacia mí, extendió
la palma de su mano y abrió fuego en contra mía. Mientras trataba de esquivar
su contraataque, escuche el grito de Quetzalcóatl y al comprender sus palabras,
reflexione en mi mente: “Si no puede haber dos
astros ¿De que manera puedo destruir su sol? Y ¿Cómo es que servirá una
flecha? ¿Acaso él vivirá?”. Al tiempo que reflexionaba Tecucciztecatl noto mi
desconcentración y grito injurias que solo consiguieron enojarme más -y al
parecer por su risa ese era su propósito-. Pero al decir el nombre de Chantico
impulsado por el odio saque el pedernal obsequiado y gritando: “¡Asesino!” salte hacia él de entre un astro al otro. En el vacío que
teníamos por debajo pude escuchar que a mi aullido se juntaban al unisonó la
explosión de los volcanes. Al impactar, sangrando y herido por mi arma, él agonizaba
de dolor, sin embargo junto la fuerza suficiente para dar una golpe de tal
potencia que fui a dar de nuevo a mi sol.
Así
transcurrieron los minutos. Tecucciztecatl que le salían borbotones de sangre
del brazo apuñalado, enardecido clavo sus extremidades en la superficie sobre
la cual estaba y con una fuerza casi “sobre-divina”, empezó a absorber la
energía de su sol convirtiéndolo en un astro pequeño y opaco. Adquiría más
poder, empezaba a sanar. Pero afortunadamente, cortando las tinieblas, una
flecha atravesó su torso. La energía absorbida se dispersó en el espacio. Tecucciztecatl había caído gracias a
Quetzalcóatl. Observe sorprendido como su cuerpo caía en picada hacia el suelo,
cayendo en una zona boscosa lejos del
templo y a pesar de qué él estaba gravemente herido podría regresar. Pero en
ese momento recordé a Chantico, desesperado trate de bajar de donde estaba pero
me era imposible, hasta que me ayudo una serpiente para descender al templo.
Ahí estaba ella tendida en el suelo, siendo atendida por Tzapotlatena.
La herida era muy grave y basta decir que era obra del cosmos, que no hubiera
muerto en el acto. Me acerque a ella con
lágrimas en los ojos, tomo mis manos, le dije que haría todo por salvarla. Me
levante y mire a Quetzalcóatl. Él, sin perder su aire de nobleza, avanzo hasta
la piedra de sacrificio, donde Ocelotl comprendiendo su mirada, desenfundo el pedernal
preparado para sacarle el corazón, empero lo detuve. Quetzalcóatl me persuadió
recordándome que ese órgano vital le proporcionaría la vida a Chantico, sin
embargo me negué y le exclame: “Si alguien ha de morir por ella, seré yo”. Ella
todavía consiente, me ofreció por última vez observar sus bellos ojos verdes
que después, fúnebremente cerro.
Estaba colérico, sabiendo que ya no habría
consuelo, pues: ¿Quién puede recuperar lo irrecuperable, lo perdido, lo una vez
amado? Decidido baje los escalones de la pirámide, varios dioses me seguían
intentando detenerme para que regresara al sol, más los intentos eran inútiles,
mi conciencia había perdido su poder sobre mi cuerpo, el odio y la venganza me
desplazaban por la tierra. Entré al bosque de las montañas con el pedernal en
mano, siguiendo el rastro de sangre que dejaba el infeliz. Hasta que lo halle
moribundo en una pequeña cuenca de agua acunada al pie de las montañas. Tecucciztecatl
al verme, volteo y proclamo: “¡Todos morimos, incluso los dioses! ¿No lo crees?
¡Jamás la has de volver a ver!”. Impactado e insultado lo agarre por el cuello y
con mi arma apuñale su corazón. Y ya muerto, arroje su cadáver a la cuenca desapareciendo
en sus profundidades.
Todo por el momento había acabado,
Chantico fue vengada más el dolor por la pérdida seguiría. Volví al templo con
el espíritu saciado y también, con una promesa entre las venas. Solo tenía que
volver a ocupar mi puesto en sol y brillar; Pero se había olvidado algo, ¿Cómo
se movería este astro todos los días?, ¿Con que energía? Quetzalcóatl implanto
la idea de usar el sacrificio de la flor preciosa, el corazón. Los hombres como
tributo a sus creadores, tendrían que entregar su fe, su espíritu, sus pasos y
sus pensamientos, en sí, su esencia como seres humanos. No obstante le
argumente que no sería necesario el sacrificio de hombres. Me comprometí a
entregar mi propia energía hasta que llegue el momento en que mi tiempo se
acabe y mi propósito en este mundo sea cumplido. Así subí hasta mi astro y una
vez más, decidido, jure cuidar al futuro hombre que habitara la tierra y
protegerlos de la maldad, de los monstruos y demonios de la oscuridad,
alumbrarlos cuando no hallen el camino y si pierden la esperanza, darles fe.
Por ellos, por mí, por Chantico.
Desde
ese momento se me llamo Tonatiuh.
El templo de los dioses |
La leyenda del quinto sol™